domingo, 2 de noviembre de 2008

El show de Truman

Ayer vimos una película. Sara estaba primero encantada y luego horrorizada. Le encantaba Truman, le parecía simpático, alegre, como es ella. Pero odiaba a ese que llamamos Dios. Sara no sabe nada de dioses ni de poder, el mayor poder que ella se toma es el de la risa.

-Ningún ser debería ser utilizado en beneficio de otros- decía. Yo le expliqué que lamentablemente eso sucedía a menudo.

-Pero, ¿qué pasaría si todo el mundo supiera nuestros secretos? ¿cómo te sentirías?- ella replicó. Y yo me sentí terriblemente mal...

Realmente Sara tenía razón. La intimidad es un tesoro precioso, y ella con su forma de ser me lo demuestra cada día. Lo más hermoso de estar con ella son todos los secretos que compartimos, aquellos que nisiquiera os puedo contar, e incluso aquellos que ni ella me cuenta. Eso es lo que nos hace más grandes y más libres... Y más felices...

El ser humano debería tener más cuidado de no romper ese derecho propio a la intimidad, ya que si lo hace, dejaría de ser humano...

¿Quién quiere dinero, éxito, o fama, si deja de ser persona, si pierde su intimidad?

¿Y qué tipo de personas seríamos si no tuvieramos un pasado, si no tuvieramos secretos, mentiras ni recuerdos...?

Esta mañana llovía a mares, y Sara ha llegado a casa con la ropa mojada y los ojos brillantes. Llevaba un paraguas verde y unas botas de charol, y se encontraba especialmente agitada. Ha dejado las bolsas al lado de la puerta, y mientras se quitaba el abrigo el paraguas ha dejado un pequeño charquito de agua en el parqué...

Siempre me acordaré de ese charquito, de ese pequeño regalo que Sara me ha dejado, para que yo la recuerde cuando se haya ido.